ALEGRÍA Y FERVOR POR SAN FRANCISCO DE BORJA  - FIESTA EN YUNGUYO

 

VIBRA Y REZA YUNGUYO . Jolgorio por Tata Pancho!

 

Yunguyo llevó hasta Palacio de Gobierno la alegría de su fiesta en honor de San Francisco de Borja. Esto fue apenas una muestra de lo que se vive en dicha localidad puneña en donde abundan las expresiones que muestran el sincretismo religioso-andino de esta festividad.

ESCRIBE/FOTOS: ROLLY VALDIVIA CHÁVEZ

 

No, pues. Si eso llegara a ocurrir, trata de controlarte y, sobre todo, sospecha. Sé desconfiado. No lo tomes a mal, pero estoy seguro de que no suele pasarte ese tipo de cosas. Y es que no tienes buena pinta. No eres "pepón" y, para colmo, andas vestido como un loquito; entonces, sería más que un milagro que una muchacha te echara el ojo.

 

Uff y menos una de esas bellezas, mi hermano. Así que si alguna de ellas se te acerca, te habla y te coquetea, no le hagas caso; más bien aléjate, huye, saca cuerpo. No será fácil. Esas muchachas son irresistibles y hay que tener mucha fortaleza para ignorarlas. Todo esto te lo digo por tu bien. No creas que mi intención es la de bajarte el ánimo y atrasarte. Ni siquiera estaré ahí.

 

Tú desconoces lo que acá se cuenta. Vienes de la costa y es la primera vez que irás a la fiesta de Tata Pancho. Por eso, lo mejor es que vayas advertido. Tampoco quiero que te mueras de miedo y arrugues. Al final, son cosas que se comentan y a mí no me consta que sean verdad, pero, como reza el refrán, cuando el río suena...

 

Y las piedras suenan fuerte. Son varias las voces que inciden en lo mismo: no se quede hasta tan tarde, no se aleje de la plaza, no vaya a tomar demasiado. No entiendo nada, caray. ¿Por qué tantos consejos? Todos son unos aguafiestas o simplemente andan picones. Claro, ellos no estarán en la plaza de Yunguyo: gozando, bailando o rezándole con fervor a San Francisco de Borja.

 

FIESTA PATRONAL

Sí, iré a la fiesta, por más que en Puno me hayan dicho hasta el cansancio que lo piense bien, que tenga cuidado, que todos los años un turista desaparece en la celebración. Se lo llevan para hacer rituales en el cerro Khapia, me alerta un taxista; y el dependiente del hotel, me recomienda que no duerma allá y regrese ni bien caiga la noche. ¿Se preocupa por mí o por el bien de su negocio?

 

Habladurías, pienso, me animo, desdeño los malos presagios. Me voy a Yunguyo –zona aimara, limítrofe con Bolivia– para sentir esa devoción llena de jolgorio que caracteriza a las fiestas patronales de los pueblos del altiplano... no, no, estoy mal, de todo el Perú debí decir, o, mejor dicho, de casi todo o del todo que conozco que, al final, a pesar de todo, no es mucho o es casi nada.

Y es que el país es muy grande, aunque de eso no debería escribir ahora. Ya me confundí. Es culpa de los 3,826 metros sobre el nivel del mar y del pique que tuve que hacer para encontrar un lugarcito en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, donde ya empezó la misa en honor a Tata Pancho. Silencio. Olor a sahumerio. El anda descansando en una esquina. Los fieles bien trajeados musitando oraciones.

 

Seriedad. Gestos solemnes. Una que otra cara de resaca. Un bebé lloriqueando. Habla el párraco. Sermón en las alturas. Palabras que rememoran el pasado de un hombre justo que nació en Gandía (Valencia) el 28 de octubre de 1510. Fue hijo de duques y heredero de una familia poderosa. Era rico, cortesano, se casó y enviudo. Se entregó al servicio de Dios. Se hizo sacerdote. Y terminó siendo un santo y el patrono de Yunguyo, a pesar que nunca estuvo en esta tierra que hoy lo venera, lo engríe y le agradece sus milagros con el retumbar de las bandas y ritmo incesante de los conjuntos folclóricos. Cuentan que todo empezó con una revelación. Una mujer dormía y en sus sueños veía una cruz grande, enorme, enterrada en un lugar que era incapaz de identificar.

La soñó varias veces. Hasta que un día unos campesinos la encontraron. Sorpresa. Regalo divino. Una cruz de piedra en la que se veía un rostro. Era el de San Francisco de Borja. La gente empezaría a adorarlo y a quererlo. Lo rebautizaron como Tata Pancho o Tata Panchito... y ya está saliendo en procesión y estallan bombardas y le lanzan flores. Aparecen lágrimas en rostros tostados por el sol.

 

DÍA CENTRAL

Todos los años, el patrón recorre las calles de su pueblo el 10 de octubre. Es el día central. Yunguyo vibra, se estremece, se entrega a su fe y a su fiesta; una fiesta que es rezo y alabanza, plegaria y gesto contrito, golpe de pecho y propósito de enmienda; pero, también, es alegría desbordante, sensualidad, acompasado revolotear de polleras y brindis por el santito y la bondadosa madre tierra.

La imagen retorna al templo. No ingresa. Sus cargadores la colocan en el atrio. Desde allí será testigo de las evoluciones de miles de danzantes y escuchará los sones de las bandas. Observará con indulgencia a los diablos de máscaras terroríficas y las chinas diablas con sus falditas breves y sus botas llamativas; mientras alienta en silencio al arcángel que trata de imponer el orden entre las huestes del maligno.

Baila Yunguyo. Se divierte Tata Pancho. La noche se avecina y aparecen más grupos, otras estampas. Trajes de luces. Morenos y caporales. El viento penetrante de los sikuris. Y hay saya y waca waca, esa danza con toros de mentira y muchachitas afanadas en lugar que sus polleras caigan sobre sus cabezas. Por eso menean sus caderas con fuerza, ganas e ímpetu. Siempre con devoción.

 

Intensidad. Colorido. Parada sinfín en la que hay más diablos que en el mismísimo infierno. La tentación está en el aire, en los quiebres de las bailarinas y en sus sonrisas que son más que una promesa. Sientes que te llaman. Volteas. Te invitan un trago. Es una chica. De dónde eres, te pregunta. Dudas. ¿Y si es verdad lo que te dijeron en Puno? No sabes qué hacer. ¿Te acobardas? ¿Te atreves aunque no seas "pintón"?... Tata Pancho, ayúdame, no seas malito. La fiesta continúa. La fiesta no termina.

 

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| Año 104 | 3a etapa | N° 245Semanario del Diario Oficial El Peruano

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